Los medios están llenos de historias sobre personas que dejan vacías las estanterías de los supermercados a causa del coronavirus, y con la dura reacción social que hay en contra de ellas.
¿Se ha vuelto loca la gente? ¿Cómo puede ser que un individuo llene su propio carrito, mientras juzga al otro que hace lo mismo?
Como neurocientífica del comportamiento he estudiado conductas de acaparamiento por 25 años y puedo decir que todo esto es normal y era de esperarse. La gente se está comportando de la manera que la evolución nos ha programado.
Acaparando provisiones
La palabra “acaparamiento” puede hacernos pensar en vecinos o familiares cuyas casas están repletas de basura. En efecto, un pequeño porcentaje de personas sufre lo que los psicólogos llaman “trastorno de acaparamiento”, o Hoarding Disorder: es decir, juntan objetos hasta un punto en que se vuelve una práctica angustiosa e invalidante.
Sin embargo, acaparar es un comportamiento adaptativo totalmente normal que surge cuando la provisión de bienes se vuelve irregular. Todos acaparan, incluso durante buenos tiempos, sin siquiera pensarlo. A las personas les gusta tener porotos en la despensa, dinero ahorrado y chocolates escondidos para los niños. Todo esto es acaparamiento.
La mayoría de los estadounidenses han tenido mucho por largo tiempo. Y la gente olvida que, no hace mucho, sobrevivir dependía de trabajar duramente todo el año para llenar bodegas subterráneas de modo de resistir al lago y frío invierno. Y aún así muchos morían.
De igual forma, las ardillas trabajan todo el otoño para esconder sus nueces y poder alimentarse el resto del año. Las ratas canguro del desierto esconden semillas las pocas veces que llueve y luego recuerdan donde las pusieron. Un pájaro “cascanueces de Clark” puede acaparar más de 10.000 semillas de pino por otoño y recordar su ubicación.
Las similitudes entre el comportamiento de los humanos y el de estos animales no son solo analogías. Reflejan una capacidad profundamente arraigada de los cerebros que nos motiva a obtener y guardar bienes que puede que no estén presentes siempre. Sufrir del trastorno de acaparamiento, almacenar en una pandemia o esconder nueces en otoño son todos comportamientos motivados no tanto por la lógica o el cálculo sino, más bien, por un profundo impulso para sentirse más seguro.
Mis colegas y yo hemos encontrado que, al parecer, es el estrés lo que lleva a nuestro cerebro a ponerse en modo “acaparamiento”. Por ejemplo, una rata canguro acaparará menos si es alimentada regularmente. Pero si su peso comienza a bajar, su cerebro crea hormonas de estrés que la incitan a esconder semillas en toda la jaula.
Las ratas canguro también aumentarán su acaparamiento si un animal vecino les roba. Una vez, regresé al laboratorio y encontré a la víctima del robo con todo el resto de su comida metida en las bolsas que estos animales tienen en las mejillas y que eran el único lugar seguro.
Las personas hacen lo mismo. Si en nuestros estudios de laboratorio los hacemos sentir ansiosos, nuestros sujetos de estudio querrán llevarse más cosas a su casa.
Demostrando que se trata de una herencia compartida, cuando las personas deciden llevar a casa papel higiénico, agua en botellas o barras de avena, se activan en sus cerebros las mismas áreas que se activan en las ratas, cuando éstas almacenan la comida de laboratorio debajo de su ropa de cama. Se trata de la corteza orbito-frontal y el núcleo accumbens, regiones que generalmente ayudan a organizar logros y motivaciones para satisfacer deseos y necesidades.
Un daño en estas zonas del cerebro puede crear acaparamiento anormal. Un hombre que sufrió un daño al lóbulo frontal tuvo una necesidad repentina de almacenar balas. Otro no podía parar de “pedir prestado” los autos de los otros.
Los cerebros, en muchas especies, ocupan estos antiguos sistemas neuronales para asegurar el acceso a los bienes necesarios – o que parezcan serlo.
Por lo tanto, cuando las noticias provocan temor de que las tiendas se queden sin alimentos, o que las personas estarán atrapadas en un lugar por semanas, el cerebro se programa para almacenar. Te hace sentir más seguro, menos estresado y efectivamente te protege en una emergencia.
La parte justa
Al mismo tiempo que organizan sus propias reservas, las personas se preocupan por los que se están llevando demasiado. Esa es una preocupación legítima; es una versión de “la tragedia de los bienes comunes” en la que un recurso público podría ser sostenible, pero la tendencia de la gente a llevarse un poco más, degrada el recurso hasta el punto en que ya no puede servirle a nadie.
Al avergonzar a otros en las redes sociales, por ejemplo, las personas ejercen el poco de influencia que tienen para garantizar la cooperación en el grupo. Como una “especie social”, los seres humanos prosperan cuando trabajan juntos, y han empleado la vergüenza -incluso el castigo- durante milenios para garantizar que todos actúen en el interés del grupo.
Y funciona. Usuarios de Twitter persiguieron a un hombre del estado de Tennessee que había almacenado 17.700 botellas de alcohol gel con la esperanza de obtener ganancias; terminó donando todo y está bajo investigación por “especulación”.
¿Quién no se detendría, antes de agarrar los últimos rollos de papel higiénico, cuando la masa lo está mirando?
Las personas continuarán acaparando en la medida que estén preocupadas. También continuarán juzgando a quienes se lleven más de los que ellos consideran justo. Ambas son actitudes normales y adaptativas, que han evolucionado para balancearse entre sí, en el largo plazo.
Pero eso es un pobre consuelo para alguien que durante un desequilibrio de recursos temporal, se encuentra en el lado perdedor; por ejemplo, un trabajador de la salud que no tenía equipo de protección cuando se encontró con un paciente enfermo. La supervivencia del grupo es de poca importancia para la persona que muere, o para su padre, hijo o amigo.
Una cosa que hay que mantener en cuenta es que las noticias eligen selectivamente las historias de acaparamiento, presentándoles a sus audiencias los casos más impactantes.
La mayoría de la gente no está cobrando US$400 por una máscara. La mayoría están intentando protegerse a sí mismos y a sus familias de la mejor manera posible, mientras que al mismo tiempo ofrecen ayuda cuando les es posible. Así es como evolucionó la especie humana: superando obstáculos como estos juntos.
Traducción de Emilia Guzmán, gracias a CIPER.
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